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“El Poder de Perdonar: Justicia que Une, No que Divide”

“Yo lo perdono....así como Cristo perdona y Charlie lo hubiera perdonado también”.

Con estas palabras, Erika Kirk, esposa de Charles Kirk, sorprendió a millones durante la reunión de celebración de la vida de su recién asesinado esposo. Sus palabras no solo mostraron un corazón quebrantado, sino también una fe firme en el poder del perdón.


El perdón es un acto profundamente transformador que, lejos de dividir, une. Desde la perspectiva bíblica, el perdón no es simplemente olvidar una ofensa, sino abrir la puerta a la reconciliación y a la restauración de relaciones rotas. Jesús mismo enseñó a sus discípulos a perdonar “setenta veces siete” (Mt 18:22), no como un cálculo matemático, sino como un estilo de vida en el cual el amor vence al rencor.


Es importante resaltar que dar perdon, es hacer justicia. Muchas veces pensamos en la justicia únicamente como castigo o retribución, pero en la Biblia la justicia de Dios tiene un rostro más profundo: restaurar lo que se rompió. Y en ese sentido, perdonar es también hacer justicia, porque es alinear nuestras acciones con el carácter justo y misericordioso de Dios.

En la cruz vemos la máxima expresión de esta verdad. Allí, Jesús no anuló la justicia de Dios, sino que la cumplió perfectamente. El precio del pecado fue pagado, y al mismo tiempo, el perdón fue ofrecido. La justicia divina y la misericordia se abrazaron (Sal 85:10). Así, el perdón no es ausencia de justicia, sino la forma más alta de ella: sanar, restaurar y devolver dignidad al que ha fallado. Aunque el perdón restaura la relación, todo pecado acarrea consecuencias, y en el plano terrenal cada persona debe asumir la responsabilidad por sus actos. “El mejor ejemplo lo vemos en uno de los hombres que estaba crucificado junto a Jesús. Él encontró misericordia en Cristo y recibió el perdón, pero no fue librado de la cruz. Tuvo que pagar el precio por su delito, sin embargo, Jesús le aseguró: ‘Hoy estarás conmigo en el paraíso’.”


Cuando perdonamos, no estamos diciendo que la ofensa fue insignificante ni que el mal es aceptable. Más bien, afirmamos que la justicia de Dios es más grande que nuestra venganza, y que su gracia tiene poder para transformar lo que parecía perdido. Jesús enseñó: “Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia” (Mt 5:7). En otras palabras, la misericordia no contradice la justicia, la completa.


Cuando elegimos perdonar, dejamos de alimentar la cadena de resentimiento y odio que separa a las personas. Pablo lo expresa con claridad: “Soportaos unos a otros, y perdonaos unos a otros si alguno tuviere queja contra otro; de la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros” (Col 3:13). Aquí el apóstol vincula el perdón con el ejemplo supremo de Cristo, cuyo sacrificio en la cruz no solo reconcilió a la humanidad con Dios, sino que también hizo posible la verdadera unidad entre hermanos.


El perdón, por tanto, no es debilidad ni indiferencia ante la ofensa, sino fuerza espiritual que rompe muros y construye puentes. Es la herramienta del Espíritu para sanar comunidades, matrimonios, amistades y naciones. Cuando perdonamos, la gracia de Dios fluye, y en lugar de división, surge la comunión.

En un mundo marcado por el orgullo y la división, el perdón es el lenguaje del reino de Dios: une corazones, restaura la paz y nos recuerda que, en Cristo, somos “un solo cuerpo” (Ef 4:32–5:2).


En la Biblia, el perdón no es una opción secundaria, es un mandato. Jesús enseñó en Mateo 6:14-15 que si perdonamos a los hombres sus ofensas, nuestro Padre celestial también nos perdonará; pero si no lo hacemos, tampoco recibiremos su perdón. El perdón no significa justificar la injusticia ni olvidar el dolor, sino liberar el corazón del veneno del rencor y permitir que la gracia de Dios sane lo que parece imposible.


El acto de Erika refleja lo que el apóstol Pablo escribió en Efesios 4:32: “Sed más bien bondadosos y compasivos unos con otros, y perdonaos mutuamente, así como Dios os perdonó en Cristo.” Perdonar es imitar a Cristo, quien en la cruz clamó: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:34).

Perdonar es tan importante porque nos libera de la cárcel del odio, rompe las cadenas del resentimiento, abre la puerta a la paz de Dios y unidad. Cuando escogemos perdonar, damos testimonio al mundo de que el amor de Cristo es más fuerte que la violencia, y que el evangelio no es teoría, sino vida en acción.

El amor y perdon es lo unico que puede unirnos contra nuestros aparentes enemigos. La pregunta quien será el primero que dejara la piedra?

David Alberto Perez

 
 
 

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